sábado, 19 de julio de 2008

Las marujas y sus carros de la compra


¿Cuántas veces vamos a pasar por un pasillo del súper y una entrañable ancianita o alguna respetable señora están mirando algo en una estantería mientras mantienen el carro totalmente cruzado de forma que no puedes pasar? ¿Quién no ha sufrido largos segundos de espera porque alguien sujeta el carro con su mano izquierda delante justamente de lo que tienes que cojer, mientras con la derecha se tocan la barbilla pensando qué lata de mejillones es la mejor?
- Disculpe, me permite?
Esta frase la he tenido que llegar a pronunciar hasta tres veces, para que me hicieran caso. No soy machista ni nada de eso, pero es que siempre me ha pasado con féminas. ¿Cómo actuaría Mr. Hyde?

Mr. Hyde, ubicación: Carrefour. Hora: 11:23 zulú

Aquella mañana tenía que hacer una compra rápida para una comida con amigos en casa, algo de comer y una botellita de vino. Tiempo estimado para la operación: 5 miutos. Las grandes superficies no son algo que me atraiga especialmente, cuanto más rápido mejor. Tras coger un pack para barbacoa con el que liquidaba toda la comida enfilé el pasillo de los vinos ya camino de la caja. A aquella hora y en esa sección no había nadie excepto una señora que pasaba la cuarentena en edad y doblaba ese número en masa corporal, obstaculizando con su carro y su volúmen la sección de vinos de Rioja a la cuál me dirigía. Su atención hacia el lineal era similar a la que mostramos la mayoría de los mortales ante un cuadro abstracto, miramos con cara de entendidos pero no tenemos ni pajolera idea. No tardé ni un segundo en entablar conversación con ella al llegar a su altura.
- Oye, o te mueves o te muevo, que tengo prisa.
- ¿Cómo?- Contestó entre airada y confusa la susodicha.
- Que te pires de aquí ahora mismo.
- ¿Pero quién te has creído que eres?
No le dió tiempo a decir nada más, saqué del bolsillo trasero de mi pantalón mi inseparable porra extensible y con un movimiento en arco hacia atrás la desplegué y con otro rápido hacia adelante la golpeé en mitad de su cocorota. El sonido fué como el de una sandía que se abre, pero en este caso lo que se abrió fué su cabeza. Se desplomó al instante y con un par de patadas la empujé debajo de la estantería y tapé la escena con su propio carro, tardé menos de un minuto en hacer mi elección y pasar por caja. Pasaron más de dos horas en descubrir el cuerpo, quien pasaba cerca pensaba que la mancha roja que se extendía por el suelo era alguna botella que se había caído.
Por cierto la comida estupenda, nos lo pasamos muy bien.

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